Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Siempre lo clava, el bueno de Quequé. En uno de sus últimos vídeos, dedicado “con cariño” y mucha ironía a los antivacunas, el salmantino Héctor de Miguel resumía con tino que solo tienen el “privilegio” de negarse a recibir la dosis quienes han nacido aquí, en Europa, en la llamada “civilización occidental”. Los africanos y otros muchos pueblos pobres -que son mayoría- en nuestro planeta no se pueden permitir ese lujo, allí no se inmunizan ni contra este coronavirus ni contra otros más duraderos como el hambre, sencillamente, porque no pueden, nadie les da esa opción.
Igual que hay múltiples variantes y cepas porque el bicho muta, también hay “mutaciones” en el discurso negacionista, de forma que siempre hay una explicación ¿lógica? para que cuadre la conspiración mundial tanto si llueve (por la humedad) o hace sol (por la temperatura). Hagamos memoria de los argumentos esperpénticos que hemos oído a lo largo de esta pandemia que no se acaba. Cronología del disparate. “El virus no existe y, por mucho que te digan que muere gente, no conoces a nadie que haya perdido a un familiar”. Pocas semanas después, eso ya no cuadraba, claro, porque más tarde o más temprano, por desgracia, todos hemos visto de cerca pasar la Parca. “Las vacunas no sirven para nada”. Solo hay que comparar las cifras de hospitalizaciones, de ingresos en la UCI y de muertes de ahora mismo con las de hace justo un año, antes de empezar a inocular dosis, para darse cuenta de lo mucho que han hecho para salvar vidas. “Hay personas contagiadas que se han vacunado”. Por supuesto, antes de empezar los pinchazos, ya se advirtió de que no había que bajar la guardia, porque por recibir tus dosis no estabas a salvo de dar positivo y tampoco de transmitirlo a otros. Pero les da igual, eso ya es prueba de seguimos sometidos, alienados, engañados…
Por cierto, que cuando nos llegan informaciones típicas de científicos que revisan los efectos secundarios de las vacunas, o cuando se dejó de administrar a las personas con alergias, en definitiva, cuando la comunidad médica y sanitaria contradice esa teoría conspiranoica porque se cuestiona todo, como tiene que ser, eso no es tampoco prueba suficiente de que estamos en buenas manos: “Eso lo hacen para disimular”. ¿Pasmado, verdad? Así me quedé yo cuando leí esa respuesta de un negacionista. Así que, decididamente, confieso: soy un tragacionista, tal como nos llaman ellos al resto de criaturas. Y si eso me distingue de tanto cerrilismo irracional, pues completamente, oiga, seguiré “tragando” las mentiras y conjuros de tantos hombres de ciencia del mundo.