Nos llega ese aire agridulce desde Dubái, con la noticia y pretensión del Rey emérito Juan Carlos I de regresar a España y afincarse de nuevo en el palacio de la Zarzuela cobrando una asignación económica, pero, salvo los monárquicos, en general pensamos que el emérito ha de asumir sus responsabilidades judiciales, pues como ha indicado la ministra de Defensa, Margarita Robles, “los comportamientos del Rey emérito es evidente que no gustan a ninguno, si hay responsabilidades tendrá que asumirlas”.
No le despellejemos, pero sus comportamientos no han sido ejemplares. Lo sabemos, y en su inviolabilidad se debería modificar la Constitución para que, defendiendo a la Monarquía, la inviolabilidad no vaya más allá del trabajo y prerrogativas concernientes al desempeño de la función de Rey. Me hubiese gustado que Felipe VI diese un paso al frente conducente a demandar que se revise esta prerrogativa.
España no debe permitir que los monarcas se envilezcan hasta tal punto que les haga creerse superiores al pueblo que dicen servir. Se pervierten con facilidad gracias a ese atavismo miserable que les permite enriquecerse amasando grandes fortunas y arrogancia al navegar por ese mar tumultuoso de la avaricia humana. ¿Para qué más dinero, o eso de recibir asignación económica, si en cuatro vidas que viviese tiene tanto dinero que no podría gastarlo?
La sombra del emérito nada tiene que ver con la del Rey Felipe VI, quien hasta la fecha desempeña una gran labor. No nos gustan aquellos de ánimo desatado que se enriquecen con las prerrogativas que les concede el cargo institucional.
El emérito nos ayudó, pero al parecer se olvidó e hizo de su capa un sayo. Está mayor y suntuoso y tiene el dinero por castigo. Asuma responsabilidades y déjenos en paz.