Por J. J. Fernández Cano, escritor
Ese total que abarca a la Sociedad, a nuestra sociedad española, en lo tocante a política podríamos dividirlo en tres partes perfectamente definidas: los que son fieles a una ideología política haga lo que haga, gobierne como gobierne siempre que sea su partido, ya sea de izquierdas o de derechas, los que están tan asqueados de la falta de respeto mostrada por una gran mayoría de nuestros gobernantes de turno hacia la ciudadanía y no acuden a las urnas ni por casualidad, y los que nos consideramos demócratas y nos fijamos un fin consistente en que quienes nos gobiernen lo hagan con equidad y honradez para el total de las clases sociales y andamos ya hasta las cencerretas de discursos hueros y -en muchos de los candidatos en liza, si no es que en todos- absolutamente contradictorios.
Todo nos lleva a pensar que a los ciudadanos (los que seguimos creyendo que este sistema que nos gobierna es el menos malo de todos, siguiendo la teoría de Churchill), se nos ha estafado miserablemente al demostrarnos que el principal pilar de la democracia no consiste en las urnas, en la voluntad del pueblo, sino más bien en un denigrante chalaneo en el que el juego consiste en una encarnizada lucha dialéctica encaminada a destruir al candidato más votado, aún a costa de recurrir a los medios más abyectos, de forma que la voz del pueblo decidida en las urnas queda en agua de borrajas.
El presidente Sánchez, aún no siendo un dechado de virtudes, ya que tampoco podría tirar la primera piedra por estar libre de pecado, puesto que ha cometido sus errores, arrancó la cizaña de la insoportable corrupción que nos asfixiaba con su moción de censura y fue el candidato más votado en las últimas Elecciones Generales con todo merecimiento y absoluta legitimidad alcanzando el cargo de presidente de los españoles, en funciones, pero presidente elegido por las urnas.
Por veleidades de lo que llaman Ley Electoral (altimaña que encierra más ley que justicia) este candidato para gobernar nuestro país se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado el candidato Iglesias, cuyo lema, expuesto al principio de su andadura política fue que el cielo se ha de tomar por asalto (y bien caro lo está pagando) y por otro unas derechas cerriles, que no se resignan a perder la facultad de continuar sirviendo a las grandes potencias económicas en detrimento de las clases trabajadoras.
El tener que asistir de nuevo a las urnas supone un fracaso para los políticos y una afrenta para la ciudadanía. Pero estoy convencido de que hay que pasar por el aro y, aunque más cabreado que un mono con moscas, no necesito ninguna propaganda electoral; tengo meridianamente claro que voy a votar y a quién, porque a pesar de sus fallos y defectos, Sánchez creo que los tiene bien puestos.