Por Dr. Javier García-Valiño Abós
Recientemente se ha estrenado una película interesante, que recomiendo al lector: “La librería” (The bookshop, 2017), con dirección y guión de Isabel Coixet y fotografía de Jean-Claude Larrieu. Es una adaptación de la novela de Penélope Fitzgerald, La librería, traducida al castellano por Ana Bustelo, que habla del amor a los libros de un modo muy original y desde una óptica femenina: “con ojos de mujer”.
The bookshop es una película encantadora, muy británica, ambientada en un tranquilo pueblo inglés de los años 50. Cuenta la historia de Florence Green, una mujer alegre, viuda de guerra, que toma la firme resolución de realizar, contra viento y marea, un sueño que ella y su marido compartieron desde que se conocieron: abrir una librería en Hardborourgh, en una vieja casa emblemática del pueblo que ella misma rehabilita.
Aunque el planteamiento puede parecer un poco naif, y el final algo brusco, la película pone de relieve las dificultades que experimenta una persona sencilla, creativa y emprendedora para integrarse en una comunidad cerrada que excluye a los que no se pliegan a ciertos modos de comportarse o actuar que son los socialmente correctos o admitidos.
Se pone de relieve el gusto por la lectura y la afición a los libros, que tanto enriquecen nuestra vida. Ciertamente, «nunca te sientes sola en una librería». Como decía aquel profesor de Oxford (el protagonista de la película “Tierras de penumbra”: adaptación de una obra de C. S. Lewis), «leemos para saber que no estamos solos».
Es muy interesante la amistad que Florence entabla con dos personas: Christine, la niña (de familia humilde y trabajadora) a la que ha contratado como ayudante en la librería, y el solitario Mr. Brundish, el más fiel lector de los libros que ella trae al pueblo.
Uno de los valores más destacables de la película es el estético: la belleza de los objetos y escenas de la vida cotidiana y, sobre todo, de los paisajes rurales que ella frecuenta y contempla, en el entorno del pueblo. También pone de manifiesto que se puede hacer una película (y una novela) interesante y atractiva sin diálogos soeces ni violencia ni sexo explícito.
Pienso que esta hermosa película es portadora de una enseñanza siempre actual: el valor de la audacia y el coraje («La fortuna ayuda a los audaces», escribió Virgilio), unidos a la bondad y la paciencia, cuando uno sabe lo que quiere o tiene un ideal y lucha por ponerlo en práctica. Aparentemente triunfa el mal, pero en realidad vence la bondad genuina. La arbitrariedad y mezquindad, hipocresía y falsedad, cobardía y pusilanimidad, así como las envidias y cotilleos, son feas y repulsivas. En contraste con ellas, siempre prevalecen el respeto, la delicadeza en el trato, la finura de alma, el cariño sincero, la gratuidad y el desinterés en las relaciones interpersonales, que hacen este mundo más humano y más habitable.