Por Moisés Aparici Pastor, escritor
El mundo, nuestra vida cotidiana, avanza tanto que parece que no tenemos tiempo para digerir los cambios u organizarla. El tiempo que nos toca vivir se traga incluso la cita que tenemos con la Navidad. Basta asomarse al mundo, al gentío por las calles, para ver que en esta fecha señalada de la Natividad no nos queda tiempo de buscarle a la efeméride su auténtico tesoro. Muchos no se acuerdan de que Dios, nuestro Señor, ha nacido para redención de nuestros pecados. Lo dicen las Escrituras: «Y la verdad os hará libres», pero ya nos creemos libres, y en fechas navideño-vacacionales sentimos la obligación de comprar cuanto podamos, divertirnos a lo grande y compartir, aunque sea una vez al año, nuestra alegría y buenos deseos con la familia y con otras personas. Y repetimos eso de Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo como si no hubiese mañana.
Pero ella también está ahí. ¿Cómo sustraernos al influjo de la campaña electoral catalana? No podemos. Transcurre días antes de Navidad y, claro, pensamos en Puigdemont y sus adláteres y nos hierve la sangre, haciéndonos dimitir de nuestra dignidad. Y pensamos en no con- sumir productos catalanes a modo de escarmiento, pero la cúspide separatista sigue cobrando cuantiosos dineros del erario público, tienen el ‘canut’ repleto y seguro que no va a importarles que boicoteemos sus productos. A fin de cuentas, cada vez que frenamos sus ventas nos frenamos a nosotros mismos; mañana lamentaremos carestía de precios ante la merma de ventas por toda España. El boicot no es la solución. Consumamos aquello que nos apetezca, sin mirar su ADN.
Bien haríamos en tomar aliento y percibir que en Navidad el ritmo de vida cambia con nuestra costumbre de celebrar. Crece nuestro gusto consumista, nos deslumbramos por el brillo del oropel, luces de colores y la ornamentación típica del momento. No estamos hartos, eso y que nos vemos inmersos en el manido y despilfarrador ‘Black Friday’, con su fiebre de consumo desaforado e irracional. No estamos por el sosiego y la calma. Nos deleitamos en la fiesta, holgorio, exceso de viandas, ánimo alegre y consumismo galopante. Por eso, no queriendo desperdiciar el espíritu navideño, regalamos cosas, entre ellas también animales, cachorritos indefensos a los que prometemos cuidar. ¡Qué mejor regalo!, pensamos. La triste realidad es que miles de estos indefensos animales son abandonados en cuanto crecen o enferman o cuando, ante la llegada del periodo vacacional, nos molestan. Los desechamos y abandonamos; es la cruda realidad.
Y tú ¿qué celebras? tradición o fe. Es tu decisión, celebra lo que consideres; pero recuerda: si regalas seres vivos, hazlo con respon- sabilidad; debes cuidarlos, jamás abandonarlos.
Queridos lectores de Escaparate: Feliz Navidad (por adelantado) y que el nuevo año que arriba pronto os sea más propicio que este que dejamos atrás. Nos ‘vemos’ en 2018.