Por Vicente J. Sanjuán
Bernardo Guillem tiene años como para recordar la Guerra Civil Española. No sé si es histórica pero la suya sí es una memoria de aquellos años, la memoria de un niño al que todo sorprendía y que tenía en su abuelo a su mentor moral y experiencial en las cosas de la vida.
Bernardo, transmutado en Ibito, ha compuesto en su séptimo libro Una familia de iberuts, una fábula literaria recreada de su infancia en Ibi junto a los también transmutados abuelo Ibitón y su hermana Teixereta. El libro es un cántico a la niñez, al aprendizaje de la madurez y a la infancia para la que todo es inocente y extraordinario como la primera vez.
Bernardo o Ibito ejerce de correa de transmisión de una palabras, una forma de vida, unos versos, unas canciones, unos refranes o unas costumbres de un Ibi que acababa en la calle Sant Roc y que todavía vivía a caballo entre la hiperactividad fabril y el duro trabajo en el campo para el que nunca hay domingo ni vacaciones. Una correa de transmisión que nos sirve de enlace con la vida del abuelo Ibitón que luchó en Navarra contra los carlistas y que se curaba las heridas con telarañas y orina. El abuelo le va enseñando al nieto Ibito y a la nieta Teixereta el Ibi rural que canalizó el agua mediante acequias y acueductos esbeltos para dar riego a “l’horta” y agua potable al pueblo. Es la historia oral de un pueblo.
Bernardo mira sin ira atrás, a su infancia, trufada entre los hermanos que tienen tiempo para buscar rovellons y ver pasar a los aviones que van a bombardear Alcoy mientras le dice el abuelo que los aviones se equivocan de objetivo: ¡que las balas se hacen en Ibi, no en Alcoy! El niño ve pasar los aviones, los desertores, las angustias familiares, el bombardeo de Alcoy que describe in situ, los italianos que cruzan Ibi..., con los ojos del niño que se sabe espectador de sucesos extraordinarios y casi 80 años después todavía recuerda nítidamente en esta fábula sobre Ibi y su historia, sobre su abuelo y su hermana. Y sobre la madurez que atisba entre una infancia que va cayendo poco a poco como caen las hojas después del esplendor del verano.
Bernardo nos regala su mejor libro: su infancia. Cuando aprendió a saber sobre Ibi y sobre la vida de la mano del abuelo querido.
Finalmente, pero no por ello menos importante, hay que agradecer las ilustracio- nes de Vicente Blanes que ha ido acompañando a Bernardo en su devenir investigador y literario por Ibi, sus tie- rras y sus gentes. Enhorabuena a los dos compadres.