En ocasiones como la que hemos vivido esta semana en la Foia de Castalla, es normal y comprensible que la rabia e impotencia desbordadas desemboquen en auténticas crisis de fe entre las personas creyentes, y en pura y dura estupefacción en el resto.
El dolor es indescriptible cuando abandona este mundo una persona tan humana (aparente redundancia que no lo es en absoluto), sobre todo a una edad tan prematura y poco habitual, truncando una prometedora carrera deportiva, dejando esposa y dos hijos desconsolados, e infinidad de niños y adultos llorando su pérdida (entre ellos, sus compañeros del claustro de profesores y sus queridos alumnos del colegio Rico Sapena de Castalla).
Se llamaba Álvaro López Cremades; nació en Tibi el 30 de abril de 1973 y murió en Ibi durante la madrugada del 23 de mayo de 2016, cuando aún no hacía un mes que había cumplido los 43 años. Se acostó un domingo, para ir a trabajar al día siguiente, pero ya no despertó. A pesar de que era un gran deportista y una persona sana, algo falló en su cuerpo, contra todo pronóstico y de la forma más dolorosamente sorpresiva que se pueda imaginar.
Algo tan incomprensible nos hace replantearnos nuestras prioridades en esta vida, que muchos creen infinita, pero cuya fugacidad y futilidad queda patente cada vez que las campanas tañen por alguien que aún no se lo merecía, como Álvaro de Tibi, nombre con el que era conocido internacionalmente en el mundo de la pilota, un deporte del que fue subcampeón del mundo hace tan solo ocho años.
Descanse en paz, Álvaro López Cremades, una extraordinaria persona a quien recordaremos en esta redacción por su presencia habitual en nuestras páginas de Deportes y su predisposición a echarnos un cable en lo que necesitáramos.
Que su repentina marcha sirva para que los que nos quedamos aquí veamos la vida de otra manera y demos importancia a las cosas que realmente valen la pena, que no son precisamente las banderas, ni los extremismos, ni las envidias, ni las rivalidades. Lo mejor de la vida es poder vivirla, que no se nos olvide. Y vivirla en paz, de forma intensa y sana, sembrando armonía y amor y cultivando las mejores cualidades con que la naturaleza nos ha dotado a cada uno. Que así sea.