Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
La historia del conflicto catalán no encaja con los arquetipos de buenos y malos, sino de malos y peores, aunque se llevan poco. Si se puede hacer una metáfora de qué ha pasado allí, pero con el ejemplo de un hogar familiar, tendríamos a los progenitores como Papá Estado y a un@ hij@ que es la Catalunya rebelde que se quiere ir de casa e independizarse porque cree que le irá mejor.
Para que todo cuadre, habría que añadir que el joven impetuoso tiene 17 años y, por lo tanto, aún es menor de edad y con la ley en la mano, no puede levantar el vuelo.
Un argumento para negarle su “derecho a decidir” podría partir precisamente de eso, de que la Constitución no lo permite, aunque a mí eso me parece flojo: muchos lectores mayores recordarán que no ha tanto tiempo, en los años 60, con Franco las mujeres no eran mayores de edad hasta los 21 años. Por lo tanto, las leyes las escriben los hombres y se pueden cambiar.
Por eso, yo me sentaría a hablar con ese hijo para mostrarle ventajas e inconvenientes de marcharse, sobre todo, porque no tiene ingresos propios y las va a pasar canutas por esos mundos de Dios... Ya he puesto el acento en otras columnas publicadas en que la pujante economía catalana tiene a su mejor clientela en el resto de España. Y como muy bien apunta Javier Nart, si hay independencia con ese mensaje de que los andaluces, por ejemplo, se pasan el día en el bar gracias a que los catalanes pagan impuestos para mantenerlos, me da a mí que el fuet Casademont va a tener que buscarse nuevos mercados más al norte de Despeñaperros.
Recomiendo escuchar las opiniones de este abogado y eurodiputado de Ciudadanos -no sé qué hace metido en este partido cómplice de Rajoy, pero en fin- y también las de Joan Herrera, exlíder de Iniciativa per Catalunya Verds (ICV). Ambos me parecen de los pocos sensatos que opinan sobre este tema, desde cierta distancia ideológica entre ellos, pero respetuosos y demócratas.
Nada que ver con Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, a quienes el espíritu democrático les importa un bledo. El primero azuza desde hace años el odio contra todo lo español, con su desprecio y soberbia, su adoctrinamiento en los colegios heredado de la Generalitat del Rey Pujol, el “máster” corrupto del 3%. Y al otro no se le ocurre mejor idea que desplegar policías y guardias civiles porque ¡oh, no!, a la mayoría le pide el cuerpo votar en referéndum.
El “president” pretende proclamar la independencia con apenas un par de millones de votos, contando por arriba incluidas papeletas repetidas -aunque las compensemos con las urnas confiscadas- e imponiendo ese veredicto a otros seis millones largos de catalanes que no han votado o han dicho que no (a escondidas, como apestados). Enfrente, nuestro presidente del Reino de España -menuda etiqueta- hace valer su mayoría en el Tribunal Constitucional y otras instancias judiciales, con lo que mancha nuestra Justicia con apenas ocho millones de votos. Otra mayoría tramposa y fraudulenta, porque aun sumándole los tres millones y pico de votos de C's, enfrente quedamos 35 millones de españolos que no queremos su política abusona de porras y antidisturbios.
Retomando la historia del muchacho con ganas de echar a volar, no te puedes ir de casa y seguir cobrando tu paga como la tienes ahora de tus padres. El Banc Sabadell, la Caixa, Catalana Occidente y otros protagonistas de la economía de estas latitudes necesitan toda la Península Ibérica, no solo un trozo, para mantener su volumen y negocio. Y ya han empezado a toser y carraspear, a avisar de que emigran y, en consecuencia, a poner en su sitio a los independentistas, que los veo pronto pidiendo limosna a Merkel para que los europeos compren catalán. A mí ya me ha llegado por Whatsapp eso de que el código de barras que empieza por 15 identifica a los productos que vienen de Catalunya.