Nuestro inefable presidente en funciones lo ha vuelto a hacer. Es verse mínimamente acorralado y sacar su vena más pusilánime y vergonzosa (para todos menos para él y su gabinete de asesores, a quien les debe de parecer una idea macanuda escurrir el bulto hablando a través de una pantalla de televisión).
Su miedo escénico, sus tics incontrolables y los callejones sin salida donde se sigue metiendo el Partido Popular propiciaron este miércoles que Mariano Rajoy hiciera campaña para las elecciones gallegas desde una tele de plasma, para no tener que atender, ni siquiera escuchar, las incómodas preguntas de los periodistas sobre los temas de moda, mayormente Rita Barbera y José Manuel Soria.
No contento con esta brillante estrategia, propia de avestruces de pura raza o del Homer Simpson más inspirado, la cosa fue más allá, puesto que los periodistas fueron obligados a mantenerse detrás de unos conos de plástico colocados a 50 metros del presidente, suponemos que para ahorrarse tener que pasar un mal trago ante las impertinencias de los profesionales de la información, esos que, de tanto tocar las narices, al final van a hundirles el chiringuito que tienen montado. Y eso sí que no, faltaría más.
Porque lo del exministro Soria ha sido sonado, de traca, pero es que lo de Rita Barberá es digno de una mascletà de Caballer cuyo terremoto final aún está por llegar. De momento, ha quedado claro que la exalcaldesa de Valencia quiere seguir siendo senadora, por el aforamiento más que por el sueldo (que también), pero se la trae al pairo seguir en el PP.
De hecho, al cierre de esta edición ya había dejado de militar en este partido, donde tanto la temen y respetan, sobre todo por sus últimas amenazas con tirar de la manta si no la dejan en paz. Ahora, Rita es una, grande y libre, y nadie va a poder usarla como moneda de cambio ni como blanco de hipotéticos desastres electorales. Tampoco ningún partido puede pedirle que dimita, porque no pertenece a ninguno. Así que si la quieren imputar, que la imputen, que ella seguirá con su sueldo, con su blindaje ante la Justicia y con sus abogados pagados por todos nosotros, claro (si no, de qué).
Con este panorama, no es de extrañar que Rajoy prefiera vivir aislado del mundo, en su zona de confort, esperando pacientemente a que las terceras elecciones le renueven como presidente. Y a funcionar.