Por José Luis Fernández Rodrigo
Ahora que muchos andan a vueltas con los debates políticos y todo pinta a que vamos a la tercera cita con las urnas (¿a la tercera irá la vencida?), pues me he hartado de tanta mediocridad en los partidos y no voy a opinar sobre ellos. Hace tiempo que vengo reflexionando sobre esto de hacerse vegetariano, no porque me lo haya planteado nunca ni en broma, sino por las motivaciones que he oído a algunos amigos y conocidos que lo practican.
De entrada, eso de que es antinatural matar animales parece bastante inconsistente, cuando la mitad de la fauna -bicho más, bicho menos- es carnívora y depredadora, con lo que se pasa las siestas mirando de reojo a ver si pilla con la guardia baja a algún comehierbas para sacarle los hígados.
Nosotros mismos, los humanos, en nuestros orígenes éramos cazadores y si de lo que se trata es de regresar un poco a nuestro buen rollo con la madre Naturaleza, pues tendríamos que blandir lanza y volver a perseguir mamuts o toros de lidia, por actualizarse con la evolución de las especies.
Admito que zampamos demasiada carne, por el sabor y por comodidad para no tener que estrujarnos mucho la materia gris con la cocina más elaborada de las verduras o el pescado, pero de ahí a no catarla...
Y luego está el argumento supuestamente de peso, el que te sueltan los vegetarianos con una gran sonrisa orgullosa: “Yo amo la vida y no creo justo y razonable acabar con la de ningún ser vivo”. Loable postura, sin duda, aunque en tal caso las plantas, pobrecitas, no tienen vida. A mí en la clase de Ciencias Naturales -como se decía entonces- me enseñaron que los seres vivos incluían a los dos “reinos”, el animal y el vegetal. Solo se quedaban fuera los minerales. ¿Un alga o una coliflor tienen menos derecho a vivir que un pollo o un cordero? ¿Por qué?
Si entramos en el debate de la digestión, que se supone también más sana con verduras, la cosa también se tambalea. Soy enfermo crónico del intestino y cuando mi problema ataca, precisamente la fibra es lo que no puedo ingerir, porque arden las tripas. A fin de cuentas, escuchemos a los nutricionistas, sabios en esto de comer con fundamento: la dieta, cuanto más variada mejor. ¡Y vivan las berenjenas, los tomates, los espárragos y las espinacas, que conste!